Ir al contenido principal

Entrada destacada

SS. Pedro y Pablo

Qué le responderíamos a Jesús si hoy nos preguntara: ¿Quién dicen los hombres que soy yo? / Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del Padre Nicolás Schwizer M ateo 16, 13-19 Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en

Traduce esta página /Translate

English French German Spain Italian Dutch Russian Portuguese Japanese Korean Arabic Chinese Simplified

Los Primeros Cristianos -IV

http://www.tradicioncatolica.com/images/santoral/1101-TODOS-LOS-SANTOS.jpg

Los primeros cristianos

Los seguidores de Jesús han ido recorriendo ese camino doloroso desde el primer siglo de la historia del Cristianismo. "Ya puede el cristiano vivir como todo el mundo -afirma Hamman en su libro La vida cotidiana de los primeros cristianos-, frecuentar las termas y las basílicas, ejercer los mismos oficios que los demás, que siempre hará las cosas con ciertos matices, incluso a veces actuará con reservas. Su fe es tachada de fanatismo, su irradiación es proselitismo, su rectitud es reproche".

Al principio era sólo un rumor, una murmuración en voz baja. "Circulan los cotilleos más inverosímiles -recuerda Hamman-, las acusaciones están calcadas de la imagen de la sociedad que las hace, es una proyección sobre los cristianos de los propios vicios"´.

Del cotilleo se pasó a la denuncia pública; y de ésta, a las persecuciones encarnizadas.

Las primeras persecuciones anticristianas fueron una desproporcionada explosión de odio, que aún hoy día resulta difícil de explicar satisfactoriamente, en todos sus extremos, desde el punto de vista histórico.

Comenzaron muy pronto, en la segunda mitad del siglo I, pero no todas tuvieron el mismo signo. En el siglo II se persiguió a los cristianos como personas privadas y sólo en la primera mitad del siglo I el objetivo fue ya la Iglesia como institución.

Al principio fue una persecución irregular y poco organizada, que se convirtió en pocos años en una represión sangrienta y ferozmente sistemática que se cobró millares de vidas. Aunque no poseamos cifras globales, las Actas de los Mártires revelan documentadamente el heroísmo de los primeros confesores de la fe y la refinada brutalidad de las torturas a las que fueron sometidos.

"En las provincias asiáticas de Capadocia y el Ponto -escribe Jedin, al relatar la persecución de Diocleciano-, los cristianos perseguidos fueron entregados a verdugos de tan refinada inventiva que arrancarles un ojo o paralizarles la pierna izquierda con hierro candente era por ellos presentado, sarcásticamente como trato humanitario, y competían entre sí en la invención de nuevas brutalidades.

”Al comprobarse que los habitantes de una pequeña ciudad frigia eran cristianos en su totalidad, se le pegó fuego con todos sus moradores. Eusebio introdujo en su descripción el relato del Obispo mártir Fileas de Tumis sobre el refinamiento de las torturas empleadas en Egipto, que explotaban todas las posibilidades de la técnica del tiempo".

Las torturas que se describen en las Actas de los Mártires rozan lo inverosímil. ¿Cómo es posible semejante crueldad? La duda se disipa,apunta Jedin, que conoció los horrores de las guerras contemporáneas, al recordar "acontecimientos recientes de un pasado recentísimo".


Felices seréis cuando...

La actitud de los cristianos ante las persecuciones sorprendía profundamente a los paganos de los primeros siglos. Aquellos hombres de fe, lejos de considerarlas un mal, las recibían como la bienaventuranza predicha en el Evangelio: "Felices seréis cuando os insulten y os persigan, y digan toda clase de calumnias contra vosotros por mi causa" .

En la actualidad, esa actitud -que nace de esa paradoja cristiana que encuentra la felicidad en la Cruz y la paz en la persecución-, sigue sorprendiendo también a los que se reconocen miembros de una sociedad post-cristiana,que se autoproclama pluralista y tolerante, pero en la que no falta, con frecuencia, la animadversión y la represión más o menos solapada contra la Iglesia y lo religioso.

Desde los primeros cristianos hasta nuestros días la Iglesia no ha dejado nunca de padecer persecuciones de un modo u otro, de propios y ajenos. Baste recordar -por limitarnos a los últimos siglos- el calvario de la Iglesia en los países asiáticos de misión, los episodios sangrientos de la Revolución francesa, o los ataques que ha padecido la Compañía de Jesús a lo largo de su historia.

"Las contradicciones que ha habido y hay -escribía San Ignacio de Loyola a Pedro Camps- no son cosa nueva para nosotros; antes, por la experiencia que tenemos de otras partes, tanto esperamos se servirá más a Cristo nuestro Señor en esta ciudad, cuantos más estorbos pone el que procura siempre impedir su servicio".

"No es nuestro propósito -se lee en un manifiesto de unos padres de familia mexicanos en defensa de la Compañía de Jesús fechado en 1855- debatir ahora la cuestión que desde hace siglos se agita en el mundo sobre el instituto de la Compañía de Jesús. La existencia de esa cuestión por tan largo espacio de tiempo, el calor con que se ha seguido, la calidad de las personas que en ella han tomado parte, prueba sin duda que en el instituto hay algo verdaderamente grande y que sale del orden común; y desde que esa observación se hace, deja de parecer extraño que los jesuitas hayan tenido notables y señalados adversarios; porque ¿qué institución de elevado carácter hubo jamás en la tierra que no fuese blanco de duras contradicciones?".

El pasado siglo xx fue especialmente pródigo en persecuciones contra la Iglesia: los nombres de san Maximiliano Kolbe o santa Teresa Benedicta (Edith Stein) -muertos en campos de concentración- están ligados para siempre con la persecución nazi; y las figuras del Cardenal Primado de Hungría Jozsef Mindszenty, o la del Primado de Polonia Stefan Wyszynski -ahora en proceso de Beatificación-, evocan todos los padecimientos de la Iglesia tras el telón de acero.

Una de las más virulentas persecuciones europeas fue la que sufrió la Iglesia Católica en toda España desde el mes de mayo de 1931 hasta el 31 de marzo de 1939.

"Durante los cinco meses de gobierno del Frente Popular -escribe Cárcel Orti en La persecución religiosa en España durante la Segunda República (1931-1939)- varios centenares de iglesias fueron incendiadas, saqueadas o afectadas por diversos asaltos; algunas quedaron incautadas por las autoridades civiles y registradas ilegalmente por los Ayuntamientos. Varias decenas de sacerdotes fueron amenazados y obligados a salir de sus respectivas parroquias, otros fueron expulsados de forma violenta; varias casas rectorales fueron incendiadas y saqueadas y otras pasaron a manos de las autoridades locales; la misma suerte corrieron algunos centros católicos y numerosas comunidades religiosas; en algunos pueblos de diversas provincias no dejaron celebrar el culto o lo limitaron, prohibiendo el toque de las campanas, la procesión con el viático y otras manifestaciones religiosas; también fueron profanados algunos cementerios"


El rumor

Esta persecución comenzó utilizando un antiguo medio denigratorio: el rumor. Se difundieron por todo el país las especies anticlericales más absurdas, como que unas religiosas salesianas habían distribuido en Madrid caramelos envenenados (sic) a sus alumnos, que eran hijos de obreros; se aseguró además que uno de esos niños agonizaba en el Colegio de La Paloma en medio de atroces sufrimientos...

Era sólo una excusa para lanzar al populacho contra esas religiosas, herirlas gravemente, e incendiar el colegio, como sucedió más tarde.

Fue tristemente tópica: se expulsó a los jesuitas, se abolió la enseñanza religiosa y se llegó, como recuerda Mondrone en su biografía sobre san Pedro Poveda, a provocar situaciones ridículas que recordaban escenas de siglos anteriores: "algún maestro exigió el saludo: `no hay Dios´, al que había que responder: `ni nunca lo ha habido´".

Las víctimas eclesiásticas fueron 6.832, desde el día 18 de julio de 1936, en el que comenzó el conflicto, hasta el final de la guerra. De este total, 4.184 pertenecían al clero secular, incluidos doce Obispos, un Administrador Apostólico y varios seminaristas; 2.365 eran religiosos y 283 religiosas.

A estas cifras hay que añadir las de los millares de laicos, hombres y mujeres, que murieron por el puro hecho de declararse católicos.

Comentarios

Entradas populares