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SS. Pedro y Pablo

Qué le responderíamos a Jesús si hoy nos preguntara: ¿Quién dicen los hombres que soy yo? / Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del Padre Nicolás Schwizer M ateo 16, 13-19 Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en

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¿Cómo se puede vivir hoy en día la Iglesia?


Por Carlo M. Martini (*)   Hoy es difícil pertenecer a la Iglesia y seguir siendo simplemente un miembro pasivo. Pero quien se inserta en ella y asume una responsabilidad, puede cambiar muchas cosas. Como joven y, posteriormente, como obispo, lo que más me ha ayudado a ser cristiano es el trabajo con jóvenes. Con Pablo podemos decir: soy «otro Cristo». Él no tiene hoy en día otras manos, otra boca que la tuya y la mía. Si te pones a disposición de Cristo cuando sabes que eres portador de la Iglesia, aprenderás a amarla. Aun cuando sufras por causa de ella.

Hoy en día hay un mercado de espiritualidades: esoterismo, budismo, yoga. ¿Cómo puede la Iglesia salir airosa de esa prueba y conquistar a la juventud?

El budismo, el yoga, son ayudas magníficas para una vida espiritual profundizada, pero también lo son los ejercicios de san Ignacio. Lo que nos diferencia de los demás es Jesús y su camino. En el mercado de los ofrecimientos religiosos y pseudorreligiosos, el cristiano solo puede salir airoso si conoce a Jesús. Un cristiano se adentra en el conocimiento de la Biblia, se presenta en nombre de Jesús, visita presos, alivia enfermedades y se empeña por la justicia. Un cristiano católico recibe a Jesús en la comunión.


La Iglesia necesita de la juventud; la juventud puede desarrollar nuevas formas espirituales. Pero yo tampoco quisiera renunciar a la generación mayor: son cristianos fieles y enseñan a sus hijos a través del ejemplo. La fe en Dios y la amistad con Jesús se transmiten a través de las generaciones.


Si Jesús viviera hoy, ¿cuál sería su inquietud más urgente? ¿Qué vería él como el mayor problema de nuestro tiempo?

Creo que despertaría justamente a los jóvenes de buena posición y los pondría de su parte a fin de que, junto con él, cambiaran el mundo. Cambiar el mundo significa liberar a los hombres de sus miedos, contener agresiones, eliminar las injusticias entre pobres y ricos. Y, sobre todo, dar a los hombres un hogar para que se sientan cobijados, trátese de niños pequeños, extranjeros, ancianos, moribundos o enfermos. Creo que Jesús se buscaría para esa tarea a los más fuertes, y tales son en primer lugar los jóvenes. Al igual que en su tiempo, él haría de esos jóvenes apóstoles. Apóstol significa «enviado»: hombres activos, seguros de sí mismos, abiertos, que comparten la vida con él.


No sólo existe el miedo, sino también la indiferencia. ¿Cuál es la reacción de Jesús ante ella?

Realmente existen ambas cosas en la Iglesia: miedo e indiferencia. Jesús despertará y sacudirá a los indiferentes, y dará ánimos a los medrosos. Y, por supuesto, empezará a hacerlo con los suyos propios. Todas las Iglesias, todas las religiones tienen como meta hacer el bien en el mundo, hacer que el mundo se vuelva más luminoso. Y Jesús les ayudará a realizar mejor su misión en el mundo.


¿Qué le diría usted a alguien que no cree en Dios?

Tendría muchas preguntas para hacerle. ¿Qué cosas son importantes para él? ¿Cuáles son sus ideales? ¡Cuáles son sus valores? Eso es lo que quisiera descubrir. No intento persuadirlo a que haga nada; antes bien, le digo que tiene que probar su vida sin la fe en Dios y reflexionar sobre sí mismo. Tal vez sienta en algunos tramos de su vida una esperanza, tal vez sienta qué es lo que le da sentido y alegría a la vida. Le desearía que tenga conversaciones con gente que busque, con gente creyente. Tal vez, Dios le regale la gracia de reconocer que él existe.


¿Qué pregunta le plantearía usted a Jesús si tuviese la posibilidad de hacerlo?

Le preguntaría si me ama a pesar de que soy débil y de que he cometido tantas faltas. Yo sé que me ama, pero aun así quisiera escucharlo nuevamente de sus propios labios.

También le preguntaría si en la muerte me vendrá a buscar, o si me recibe. Le pediría que, en las horas difíciles, en la despedida o en la muerte, me envíe ángeles, santos o amigos que me tengan de la mano y me ayuden a superar mi temor.

Antes, siendo obispo y con la responsabilidad por la Iglesia, le habría preguntado: ¿por qué permites que exista un foso entre muchos jóvenes, sobre todo entre aquellos a los que no les falta nada, y la Iglesia, con todos los tesoros celestiales que ella puede llevar a los hombres? ¿Por qué ambas partes no pueden acercarse? Le preguntaría por qué deja que muchos jóvenes se vuelvan indiferentes de tal modo que, a veces, hasta pierden la alegría de vivir.

Como obispo le he preguntado a menudo a Dios: ¿por qué no nos das mejores ideas, por qué no nos haces más fuertes en el amor, más osados en el trato con las cuestiones de actualidad? O, también: ¿por qué tenemos tan pocos sacerdotes? ¿Por qué hay tan pocos religiosos, a pesar de que se los busca y necesita? Esas son las cosas que le preguntaba antes. Hoy le pregunto y le pido más bien que me acepte y que, cuando las cosas se pongan difíciles, no me deje solo.

¿Tiene usted una respuesta a la pregunta de qué quiere Dios de nosotros?

Dios quiere de nosotros que confiemos, que confiemos en él y también unos en otros. La confianza proviene del corazón. Si hemos hecho muchas experiencias positivas (…), llegaremos a ser personas seguras y fuertes. Las personas que han aprendido a confiar no tiemblan, sino que tienen la audacia de intervenir, de protestar cuando alguien dice algo despreciativo, malvado, destructivo. Sobre todo tienen el coraje de decir que sí cuando se las necesita. Dios quiere que sepamos que él está de nuestra parte. Él puede hacernos fuertes. No se puede realizar obra buena alguna, no se puede ir a los niños de la calle o a los sin techo o dirigir una Iglesia y decirse a sí mismo que uno lo hace con sus propias fuerzas. (…) Dios quiere hombres que cuenten con su ayuda y su poder. Esos hombres pueden transformar la tierra y, sobre todo, transformar el sufrimiento y las injusticias, a fin de que el mundo llegue a ser como Dios lo ha creado, como Dios lo quiere: lleno de amor, justo, bien cuidado, interesante. Para ello nos querría como colaboradores.



(*) Carlo María Martini: Jesuita, fue arzobispo de Milán desde el año 1980 hasta hace poco tiempo, siendo una personalidad de relieve en el panorama católico internacional, profesor de la Pontificia Universidad Gregoriana y presidente de las conferencias episcopales europeas. Actualmente, luego de su retiro, trabaja y vive en Jerusalén, donde continúa sus estudios bíblicos. Es autor de innumerables libros que parten del texto sagrado para ahondar en la vida cristiana y el camino interior. (Fuente: www.palabranueva.net)



Extraído del libro «Coloquios nocturnos en Jerusalén»
www.iglesia.org

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