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SS. Pedro y Pablo

Qué le responderíamos a Jesús si hoy nos preguntara: ¿Quién dicen los hombres que soy yo? / Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del Padre Nicolás Schwizer M ateo 16, 13-19 Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en

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¿Cómo puedo saber si Dios me habla en la oración?

La frase «conversación con Dios» describe hermosamente lo que es la oración cristiana. Cristo ha revelado que Dios es una persona real y que está interesado –apasionadamente- en nuestras vidas, nuestra amistad, nuestra cercanía. Entonces, como el Papa Benedicto lo explicó cuando visitó Yonkers, N.Y. en el 2007, para los cristianos la oración es una expresión de nuestra «relación personal con Dios». Y, el Santo Padre dijo además que «esa relación es lo que más importa». // Autor: P. John Bartunek, L.C. - Fuente: http://www.la-oracion.com

Parámetros de la Fe

Cuando rezamos, Dios nos habla de tres maneras, pero para entender estas tres maneras, es necesario recordar que nuestra relación con Dios está basada en la fe. La fe nos da acceso al conocimiento que va mas allá de lo que podemos percibir con nuestros sentidos. Por ejemplo, por la fe sabemos que Cristo está verdaderamente presente en la Eucaristía, aún cuando nuestros sentidos solo perciban las apariencias de pan y vino. Siempre que un cristiano reza, la oración tiene lugar dentro de esa atmósfera de fe. Cuando me dirijo a Dios en oración vocal, se que Él me está escuchando, aunque no sienta su presencia con mis sentidos o emociones. Cuando yo lo alabo, le hago peticiones, lo adoro, le doy gracias, le digo que lo siento... En todas estas expresiones de oración, sé por la fe (no necesariamente por mis sentidos o sentimientos) que Dios me está escuchando, que está interesado en mi y que yo le importo. Si tratamos de comprender la oración cristiana fuera de esta atmósfera de fe, no llegaremos a ninguna parte.

Teniendo esto en cuenta, podemos repasar brevemente las tres maneras como Dios nos habla en la oración.

El regalo del consuelo

En primer lugar, Dios puede hablarnos dándonos lo que los escritores espirituales llaman consuelo. A través del consuelo, Él toca el alma y permite que ésta sea consolada y fortalecida al tomar conciencia de su amor, su presencia, su bondad, su poder, su belleza...

Este consuelo puede surgir directamente del significado de las palabras en una oración vocal. Por ejemplo, cuando yo rezo la famosa oración del bendito Cardenal Newman «Guíame, Luz Bondadosa.., », Dios puede impulsar mi deseo y confianza, simplemente porque el significado de las palabras nutren y revitalizan mi conciencia respecto al poder y a la bondad de Dios.

El consuelo también puede fluir de la reflexión e introspección que se da en la oración mental. Por ejemplo, al leer y reflexionar despacio y devotamente en la parábola del Hijo Pródigo, puedo sentir que mi alma se conforta con esa imagen del Padre abrazando al hijo joven arrepentido. Esa imagen del amor de Dios viene a mi mente y me da una renovada conciencia de la misericordia de Dios y de su bondad: «Dios es tan misericordioso», pienso para mí y en mi corazón siento la calidez de su misericordia. Esa imagen y esas ideas son mías, en cuanto que surgen en mi mente, pero son de Dios en cuanto que surgieron en respuesta a mi reflexión de la revelación de Dios, en una atmósfera de fe. O, en otra ocasión, podría meditar en el mismo pasaje bíblico y llevarme a una profunda experiencia de dolor por mis propios pecados: en la ingrata rebelión del Hijo Prodigo veo una imagen de mis propias faltas y rebeliones y siento repulsión por ellas. De nuevo, las ideas de la fealdad del pecado y el sentimiento de pena por mis propios pecados son mis propias ideas y sentimientos, pero son una respuesta a la acción de Dios en mi mente a medida que El guía mi interior para percibir ciertos aspectos de su verdad mientras lo escucho hablar a través de su Palabra revelada en la Biblia.

En cualquiera de estos casos, mi alma es tocada de nuevo y por tanto nutrida y consolada por la verdad de quién es Dios para mí y quién soy yo para Él –una verdad que Dios habla en mi interior. Pero la distinción entre Dios que habla y mis propias ideas no es tan clara como algunas veces quisiéramos. Él verdaderamente habla a través de las ideas que vienen a mi mente a medida que vuelvo mi atención hacia Él en la oración. El habla dentro de mi corazón, desde las palabras que toman forma en mi corazón mientras leo detenidamente Su palabra.

Nutriendo los dones del Espíritu Santo

En segundo lugar, Dios puede respondernos en la oración aumentando en nuestras almas los regalos del Espíritu Santo: sabiduría, inteligencia, ciencia, piedad, temor de Dios, fortaleza y consejo. Cada uno de estos dones nutre nuestros músculos espirituales, por así decirlo; van construyendo nuestras facultades espirituales. Hacen que sea mas fácil para nosotros descubrir la voluntad de Dios en nuestra vida, de apreciar y desear hacer Su voluntad y de llevar a cabo esa voluntad. En pocas palabras, elevan nuestra habilidad para creer, esperar y para amar a Dios y a nuestros hermanos. Durante el tiempo de oración, cuando me estoy dirigiendo a Dios en la oración vocal o buscando conocerlo más a través de la oración mental, o adorándolo a través de la oración litúrgica, la gracia de Dios toca mi alma y la nutre aumentando el poder de estos dones del Espíritu Santo.

Como estos dones son espirituales y no materiales y la gracia de Dios es espiritual, no siempre sentiré que mi alma se nutrió. Puedo pasarme quince minutos leyendo y reflexionando en la parábola del Buen Pastor y no brotarán ideas o sentimientos consoladores; mi oración se sentirá seca. Pero eso no quiere decir que la gracia de Dios no está nutriendo mi alma, que Él no está reforzando dentro de mí los dones del Espíritu Santo.

Cuando tomo vitaminas (o como brócoli), no siento que mis músculos crecen, pero se que esas vitaminas están realmente posibilitando ese crecimiento. De igual manera, cuando rezamos, sabemos que estamos entrando en contacto con la gracia de Dios, con un Dios que nos ama y nos está haciendo santos y aún cuando no experimento consuelo, puedo estar seguro que Dios sigue trabajando en mi alma, haciéndola fuerte con sus dones por medio de vitaminas espirituales, por así decir, que toma mi alma cada vez que, lleno de fe, realizo un contacto con Dios. Pero solo se esto por la fe, porque Dios no siempre envía consuelo sensible con su nutrición espiritual. Este es el porque el crecimiento espiritual depende principalmente de nuestra perseverancia en la oración, sin importar si sentimos consuelo o no.

Inspiraciones directas

En tercer lugar, Dios puede hablar a nuestras almas a través de palabras, ideas o inspiraciones que reconocemos claramente que vienen directamente de Él. Personalmente, yo tengo un vivo recuerdo de la primera vez que el pensamiento del sacerdocio vino a mi mente. Ni siquiera era católico todavía; nadie me había dicho que debería ser sacerdote y sin embargo, después de una poderosa experiencia espiritual, este pensamiento simplemente apareció en mi mente, totalmente formado, con nítida claridad. Supe, sin lugar a dudas, que el pensamiento había venido directamente de Dios, que me había hablado directamente a mí, dándome una inspiración.

La mayoría de nosotros ha tenido algunas, aunque sea solo unas pocas, experiencias como ésta, en las que supimos que Dios nos estaba diciendo algo específico, aún cuando solo hayamos escuchado las palabras en nuestros corazones y no con nuestros oídos físicos. Dios puede hablarnos de esta manera aún cuando no estamos en oración, pero una vida de oración madura hará nuestras almas más sensibles a esas inspiraciones directas y creará mas espacios para que Dios nos hable directamente, si así Él lo desea.

Jesús nos aseguró que cualquier esfuerzo que hagamos en la oración traerá gracia a nuestras almas, ya sea que lo sintamos o no: «Busquen y encontrarán; pidan y se les dará; toquen y se les abrirá» (Mateo 7,7-8), pero al mismo tiempo tenemos que recordar siempre que debemos vivir nuestra vida entera, incluyendo nuestra vida de oración, a la luz de nuestra fe, no solo de acuerdo con lo que percibimos y con lo que sentimos. Como san Pablo dijo tan poderosamente, «Por fe andamos, no por la vista» (2 Corintios 5,7).

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