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SS. Pedro y Pablo

Qué le responderíamos a Jesús si hoy nos preguntara: ¿Quién dicen los hombres que soy yo? / Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del Padre Nicolás Schwizer M ateo 16, 13-19 Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en

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La pasión de la ira

Podemos hacer ruido pero sin vivir en serio el espíritu del Señor // Autor: Jesús Martí Ballester | Fuente: Catholic.net

Santo Tomás estudia la clemencia y la mansedumbre, como moderadoras de la ira, en la 2-2, 157 y la pasión de la ira en la cuestión 158. La pasión de la ira, que da nombre al apetito irascible brota cuando el apetito irascible se enfrenta con bienes difícilmente asequibles, o con males que son difícilmente superables. En su esencia íntima es un deseo y una sed de venganza, correspondiente a una injuria recibida cuya satisfacción se consigue por la venganza.

Por principio y de suyo la ira no es mala, pues todos tenemos el justo derecho de tomar represalia por las ofensas, según la recta razón y la ley general. Mientras el hombre se atenga al dictamen de la razón y obre de acuerdo con las exigencias de la naturaleza, la ira es un acto digno de alabanza; es un deber del que la ley puede pedir cuentas. Y así, pudo decir san Juan Crisóstomo: "Quien con causa no se aira, peca. Porque la paciencia irracional siembra vicios, fomenta la negligencia, y no sólo a los malos sino también a los buenos los invita al mal". Sólo cuando se excede la medida racional, o cuando no se llegue al justo medio, la ira o la no ira, son pecado.

En consecuencia, una persona airada no da suficientes indicios para deducir que peca, ya que su acto de ira puede responder en proporción justa, a la medida racional que la ira por celo está reclamando de él, pues al centrarse la ira en la venganza, si el fin de la venganza es recto, la ira es buena.


Ira desordenada

Pero si la venganza es injusta, o porque recae sobre quien no la merece, o en grado superior al debido sobre el que la merece, la ira es desordenada. Así dice santo Tomás: "Según el Crisóstomo "quien se irrita sin motivo es culpable; pero quien se irrita con causa justa no es culpable. La prueba es que si no existiera venganza no aprovecharía la doctrina, ni subsistirían los tribunales, ni serían reprimidos los crímenes".

Citando el Angélico a san Gregorio, dice: "Hay que tener mucho cuidado no sea que la ira, instrumento de la virtud, llegue a dominar la inteligencia. Que la ira no se porte como señora, sino como sierva, dispuesta a obedecer las órdenes de la razón". "La ira por celo turba la visión intelectual; pero la ira por vicio lo ciega". En efecto, el corazón de un hombre airado es un mar lleno de borrascas y tempestades. Por eso, como cuando se va la luz no damos un paso hasta que vuelva, para no estrellarnos, cuando desaparece la luz de la razón, hay que esperar a que vuelva. Y entonces, iluminado por ella el hombre, puede dictaminar su proceder. Cuando la ira es vicio contraría a la virtud de la mansedumbre, parte potencial de la templanza, destruye la amistad entre los hombres, y rompe la concordia. El hombre constantemente airado se hace intolerable, porque su trato se hace difícil, pues cualquier palabra le ofende, y cualquier broma le molesta y le hace estallar. Pero puede suceder que su versatilidad le haga imprevisible. Los mansos poseerán la tierra.


La humildad

Dice el P. Granada que ningún hombre humilde es iracundo. La virtud retarda todo lo posible las medidas de la justicia necesarias. Santa Teresa, que ha visto a personas alteradas por la ira, se asombra ante el dominio de la cólera del Padre Ambrosio Mariano, y sobre todo, de no haber visto en ningún momento alterado a san Juan de la Cruz, a pesar de que ella es la misma ocasión. Y de sí misma escribe en una de sus cartas que "Está tan enojada con la priora de Alba, que no quiere escribirle ni tener cuenta con ella".

El mismo San Juan de la Cruz había hecho la experiencia de hasta donde puede conducir a la persona la falta de freno del apetito de la ira y en general de los apetitos, que así llama él a las pasiones, y de una manera más evidente a los que comienzan el camino cristiano, que él llama principiantes. En la Subida del Monte Carmelo hace un estudio minucioso de estas personas, y antes de destacar el cambio realizado en los perfectos o proficientes, que ya disfrutan de la paz de sus luchas, pone su foco en los fallos o defectos de los principiantes y hace su estudio y de antemano los cataloga.


Cataloga San Juan de la Cruz

Cataloga San Juan de la Cruz los defectos de los principiantes.- Dice un refrán: Los novicios parecen santos... y no lo son... Los padres jóvenes, ni lo parecen ni lo son. Soberbia oculta: El demonio les aumenta el deseo de hacer cosas porque sabe que no les sirven de nada, sino que se convierten en vicio. Tienen satisfacción de sus obras y de si mismos. Hablan cosas espirituales delante de otros. Las enseñan y no las aprenden. Cuando les enseñan algo se hacen los enterados. Condenan en su corazón cuando no ven a los otros devotos como ellos querrían y lo dicen como el fariseo, despreciando al publicano. Quisieran ser ellos solos tenidos por buenos. Y condenan y murmuran mirando la paja en el ojo ajeno sin ver la viga en el suyo. Cuando sus confesores y superiores no les aprueban el espíritu dicen que no son comprendidos. Buscan quien les apruebe porque desean alabanza y estima. Huyen como de la muerte de los que les deshace sus planes para ponerlos en camino más seguro, y les toman manía. Por su presunción: hacen muchas promesas y cumplen pocas. Desean que los demás comprendan su espíritu y para esto hacen muestras de movimientos, gestos, suspiros y otras ceremonias. Recuenta sus batallitas y se complacen en que se enteren del cambio de sus vidas, con verdadera codicia de que se sepa, llenos de envidias e inquietudes. Disimulan sus pecados. Tienen en poco sus faltas. Se entristecen por ellas, pensando que ya habían de ser santos. Se enfadan consigo mismos con impaciencia, con deseos de que Dios les quite sus pecados no por Dios, sino para estar tranquilos. Con lo que se harían más soberbios y presuntuosos. Son enemigos de alabar a los demás, y muy amigos de que los alaben a ellos, buscando óleo por defuera...


Los que van en perfección

En cambio los que van en perfección. Tienen sus cosas en nada. No están satisfechos de sí mismos. Tienen a todos por mejores y los cobran santa emulación. Preocupados de amar a Dios no miran si los otros hacen o no hacen. Ven a todos mejores que ellos. Como se tienen en poco también quieren que los demás los tengan en poco y que les deshagan y desestimen sus cosas. Y si los alaban no lo ven merecido. Desean que se les enseñe. Están dispuestos a caminar por otro camino si se lo mandan. Se alegran de que alaben a los otros. No tienen ganas de decir sus cosas. En cambio tienen gana de decir sus faltas y pecados y no sus virtudes y así se inclinan mas a tratar su alma con quien en menos tiene sus cosas y su espíritu. Nosotros vemos y comprobamos la eficacia de un potente motor de coche, de un ordenador, o cualquier otro aparato mecánico, aunque no conozcamos su mecanismo; el poder de un discurso pronunciado por una inteligencia penetrante; la persuasión de una persona genial; la pintura de una figura creada por un artista total, Rafael, Boticelli, Giotto, El Greco, Velázquez, Zurbarán...; la maravilla permanente de Wagner, Beethoven...; pero carecemos de antena para detectar el misterio de la gracia y de la operación de Dios a través de un hombre santo. No lo distinguimos. Es misterioso, pero existe. Y de él depende la extensión mayor o menor del Reino de Dios. Extensión que no es algo abstracto sino muy concreto y apreciable en nuestra acción o en nuestro silencio: una palabra ungida que pega fortaleza; un párrafo leído que hace pensar y decidir; una actitud silenciosa que pacifica. El reino va creciendo así como la semilla enterrada, como el grano que se pudre en el surco y germina lentamente pero inevitablemente; como el rocío que vivifica y alegra el despertar de la mañana. ¡Qué hermosura de misión la que nos ha encargado Jesús y fecunda con su Espíritu Santo!


Preparación del evangelizador

Ni ordenados ni laicos podemos salir a evangelizar con el espíritu a medio cocer, y quiera Dios que a ello llegue nuestro estado y no nos encontremos en grados inferiores. Porque podemos hacer ruido pero sin vivir en serio el espíritu del Señor, no daremos al Señor. Y encima, se pierde el mérito junto con el fruto. Ya recibieron su paga. Nosotros tantas veces comenzamos nuestra misión profética sin haber crecido... Un director espiritual de seminario mostraba su extrañeza por lo pronto que se desinflaban los nuevos sacerdotes recién ordenados. No advertía que se cosecha lo que se siembra. Ambiente competitivo de estudio, ansia de salir cuanto antes al mundo sin la preparación adecuada. Prisa por la exigencia de cubrir los puestos canónicos. En resumen, soldados sin instrucción, no digo teórica, sino de transformación personal. Escaso adiestramiento en las virtudes de humildad profunda, de caridad verdadera, de castidad sin represión, de desprendimiento de la vanidad, y todo lo que se supone y que no se tiene, no presagian otra cosa que lo que ocurre que, por decirlo con brevedad, no es sino enviar a ejercer la cirugía a internos que nunca practicaron. Urge la preparación personal sin prisas si se busca el progreso del evangelio. Por eso Santa Teresa, cuando escribe Camino de perfección, antes de lanzar las almas al apostolado les prepara con la adquisición de las virtudes.

Es verdad que las cualidades sobrenaturales deben tener por soporte las naturales, para lo cual primero hay que limar el natural, las cualidades humanas, quitando los defectos, pues si un escultor quiere esculpir un Cristo y la madera tiene grietas, por mucho que se esmere, si no pule antes las grietas, aparecerá el defecto en la imagen.

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