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SS. Pedro y Pablo

Qué le responderíamos a Jesús si hoy nos preguntara: ¿Quién dicen los hombres que soy yo? / Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del Padre Nicolás Schwizer M ateo 16, 13-19 Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en

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Una dificultad añadida - V

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La historiografía contemporánea empieza a disponer de estudios rigurosos sobre gran parte de las persecuciones que ha sufrido la Iglesia. Sin embargo en ocasiones los historiadores se encuentran con una dificultad que proviene, curiosamente, de la propia voluntad de los afectados.

Las exigencias de la caridad han llevado a muchos santos a padecer en silencio las ofensas y los ultrajes, y es frecuente -por ejemplo, en el caso de los Fundadores-, que hayan prohibido a sus seguidores consignar siquiera el nombre de los que los difamaron.

Eso explica que en muchas hagiografías no se consigne el nombre de los perseguidores hasta que no ha transcurrido un tiempo prudencial. Sin embargo, a pesar del esfuerzo de los santos por borrar la memoria de las ofensas, en un ejercicio heroico de la caridad y el perdón, en la mayoría de los casos los historiadores están logrando desvelar, no sin dificultades, como sucede en el caso de san Juan Bautista de la Salle, la identidad de los ofensores.

Saturnino Gallego, en su libro Vida y pensamiento de San Juan Bautista de la Salle, investiga la identidad del perseguidor del Santo. Blain, el biógrafo de san Juan Bautista, evita citar su nombre, utilizando datos confusos o ambiguos, porque afirma que obraba de buena fe, y era"de piedad sólida y probada".

San Juan de Ávila constituye un ejemplo entre muchos. Cuando se encontraba en la prisión de la Inquisición de Sevilla, a consecuencia de unas denuncias falsas, le insistía al Padre Párraga, uno de sus inquisidores, que tachase los testigos que habían depuesto en su contra. Estaba "muy confiado en Dios y en su inocencia, y que éste le salvaría" y no quería que la historia conociese aquel pecado que habían cometido contra él.

María Milena Toffoli testifica en su Introducción a la Autobiografíade la Madre Sacramento, la dificultad de los biógrafos contemporáneos de la Santa: "el hecho de que vivieran todavía muchas personas que intervienen en la historia, le obliga a callar sobre sucesos delicados y graves relacionados con las mismas".

"Pero después de más de cien años -escribe Toffoli-, cuando ya los hechos han pasado a formar parte del acervo de la historia, es preciso descorrer el velo para que la figura de la mujer, de Fundadora y de Santa, cual es María Micaela del Santísimo Sacramento adquiera su verdadera dimensión en el plano humano, sociopedagógico y espiritual".


Leer entre líneas

Del mismo modo, en su biografía sobre san Pedro Poveda, Mondrone tiene que "leer entre líneas" para intuir las maledicencias que forzaron a este santo sacerdote a abandonar, después de años de intensa dedicación apostólica, a sus queridos gitanos de Guadix.

En sus Memorias del Oratorio San Juan Bosco vela caritativamente el nombre de sus ofensores. Omite el nombre de Luis Nasi y Vicente Ponzati que intentaron -de buena fe, ya que estaban convencidos de su falta de salud mental- internarle en un manicomio, y alude a ellos llamándoles "algunas personas respetables".

Con la misma caridad habla de aquel sacerdote "respetable por su celo y su doctrina" que manifestó, en contra del criterio del Santo, su opinión política ante los jóvenes del Oratorio y de todos aquellos que mantuvieron una conducta infamante contra él.

Por su parte, san Juan de la Cruz disculpó siempre a los que le recluyeron en una cárcel improvisada y le sometieron a múltiples vejaciones: "lo hacían -comentaba el Santo, comprensivo- por entender acertaban".

"Jamás le oí -recordaba un compañero suyo- quejarse de nadie ni decir mal de los que le habían así tratado".


La actitud de los santos ante las contradicciones

Ésta es la actitud de los santos ante las contradicciones. "Los baldones e injurias -escribía san Alfonso María de Ligorio- son las delicias que anhelan los santos. San Felipe Neri padeció en su casa de San Girolamo, en Roma, treinta años de malos tratamientos que algunos le dirigían, razón por la cual no quería abandonarla e ir al nuevo oratorio de la Chiesa Nuova, por él fundado, en que vivían sus queridos hijos, que le invitaban a retirarse allí con ellos".

Los santos están convencidos, como recuerda san Alfonso, de "que todos los trabajos nos vienen de la mano de Dios, o bien directa o indirectamente por medio de los hombres. Por tanto -recomienda Ligorio- cuando nos veamos atribulados, agradezcámoselo al Señor y aceptemos con alegría de ánimo cuanto Él se sirva disponer para nuestro bien. Dios hace concurrir todas las cosas al bien de los que le aman".

El beato Juan XXIII, antes de ordenarse sacerdote, escribe en sus notas personales sobre Jesús, “tachado de ignorante, falseadas sus doctrinas, expuesto a los escarnios y las burlas de todos, calla humildemente, no confunde a sus calumniadores, se deja golpear, escupir en el rostro, azotar, tratar como loco, y no pierde su serenidad, no rompe su silencio. Yo, pues, permitiré que se diga de mí cuanto se quiera, que se me relegue al último puesto, que se echen a mala parte mis palabras y mis obras, sin dar explicaciones, sin buscar excusas, antes bien aceptando gozosamente los reproches que pudieran venirme de los superiores, sin decir palabra".


Tribulaciones sorprendentes

Entre las diversas tribulaciones soportadas por los santos, quizá una de las más sorprendentes fue las que padecieron, entre otros, san Juan Bautista de la Salle, la beata Juana Jugan, santa Rafaela María de Porras. Son sólo un ejemplo entre muchos de este tipo, como el de la beata Bonifacia Rodríguez, beatificada en 2003.


San Juan Bautista de la Salle

A finales de 1702 atribuyeron falsamente a san Juan Bautista de la Salle unos errores ajenos y tras un procedimiento tortuoso, lo destituyeron del cargo de Superior de los Hermanos de la Doctrina Cristiana.

Saturnino Gallego analiza en su biografía sobre el Santo los diversos pasos de esa insidia en la que latía, junto con la incomprensión, un deseo por influir en el gobierno y dirección propia de los Hermanos por parte de otras personas: "Su gran pecado -escribía La Grange, refiriéndose al Santo-, por lo que he podido descubrir, es que no se deja gobernar por el señor párroco de San Sulpicio".

San Juan Bautista aceptó enseguida la destitución; pero los Hermanos no, y el Santo no conseguía convencerlos. Sólo después de muchas humillaciones y desaires para el Fundador se llegó a una curiosa solución: de la Salle continuaría como Superior y el que habían nombrado en su lugar quedaría como Superior oficial, aunque "externo".

El tal "Superior oficial externo" sólo hizo acto de presencia una vez en tres meses y no regresó.

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