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SS. Pedro y Pablo

Qué le responderíamos a Jesús si hoy nos preguntara: ¿Quién dicen los hombres que soy yo? / Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del Padre Nicolás Schwizer M ateo 16, 13-19 Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en

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“No hay Iglesia sin Pentecostés ni Pentecostés sin la Virgen"


Ciudad del Vaticano, 24 May. 10 (AICA)

Benedicto XVI durante la solemnidad de Pentecostés
Benedicto XVI durante la solemnidad de Pentecostés
Tras haber celebrado la Santa Eucaristía en la Basílica de San Pedro en la Solemnidad de Pentecostés, Benedicto XVI rezó el Regina Caeli con miles de peregrinos que se dieron cita en la Plaza de San Pedro, y en sus palabras introductorias recordó la necesidad que tiene la Iglesia de las efusiones del Espíritu Santo para poder cumplir su misión de anunciar el Evangelio en todo el mundo.

      En sus palabras antes de la oración, el Santo Padre indicó que cincuenta días después de la Pascua, celebramos la solemnidad de Pentecostés, en la que se recuerda la manifestación de la fuerza del Espíritu Santo, que en forma de viento y fuego descendió sobre los Apóstoles reunidos en el Cenáculo y los hizo capaces de predicar con valentía el Evangelio a todas las gentes.

      El misterio de Pentecostés, que nosotros identificamos con aquel acontecimiento, verdadero ‘bautismo’ de la Iglesia, no se agota en él. La Iglesia, en efecto, vive constantemente de la efusión del Espíritu Santo, sin el cual agotaría las propias fuerzas, como a una barca de vela, a la que le faltara el viento.

     Benedicto XVI también dijo que Pentecostés se renueva de modo particular en algunos momentos fuertes, sean locales como universales, sea en las pequeñas asambleas como en las grandes convocatorias. Y puso como ejemplo los Concilios, en los cuales se dieron sesiones gratificadas por especiales efusiones del Espíritu Santo, y citó de manera explícita el Concilio Vaticano II. El Papa también recordó el célebre encuentro de los movimientos eclesiales con el Venerable Juan Pablo II, celebrado en Pentecostés de 1998 en la Plaza de san Pedro.

     Pero la Iglesia conoce innumerables “pentecostés” que vivifican a las comunidades locales: pensemos en las Liturgias, en particular aquellas vividas en momentos especiales para la vida de la comunidad, en las que la fuerza de Dios se percibió de modo evidente infundiendo en las almas alegría y entusiasmo. Pensemos en tantos encuentros de oración, en los que los jóvenes sienten claramente la llamada de Dios a enraizar sus vidas en su amor, consagrándose totalmente a Él.

     “No hay Iglesia sin Pentecostés. Y quisiera añadir: no hay Pentecostés sin la Virgen María”, afirmó el Pontífice, señalando que así fue al comienzo, en el Cenáculo, donde los discípulos “perseveraban en la oración, en compañía de algunas mujeres, y de María la madre de Jesús, y de sus hermanos”, como lo relata el Libro de los Hechos de los Apóstoles. Y así es siempre, en todo lugar y tiempo, como sucedió en Fátima, hace pocos días, de lo que doy testimonio.

    “¿Qué vivió aquella inmensa multitud en la explanada del Santuario, donde todos éramos un solo corazón y una sola alma, sino un renovado Pentecostés? En medio de nosotros estaba María, la Madre de Jesús. Y esta experiencia típica de los grandes santuarios marianos –Lourdes, Guadalupe, Pompeya, Loreto– o también de los más pequeños: donde quiera que los cristianos se reúnan en oración con María, el Señor dona su Espíritu.

     Benedicto XVI finalizó sus palabras diciendo que también nosotros queremos estar espiritualmente unidos a la Madre de Cristo y de la Iglesia invocando con fe una renovada efusión del divino Paráclito. “La invocamos –dijo– por toda la Iglesia, en particular, en este Año Sacerdotal, por todos los ministros del Evangelio, para que el mensaje de la salvación sea anunciado a todas las gentes.+
FUENTE: AICA

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