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SS. Pedro y Pablo

Qué le responderíamos a Jesús si hoy nos preguntara: ¿Quién dicen los hombres que soy yo? / Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del Padre Nicolás Schwizer M ateo 16, 13-19 Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en

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Nadie es profeta en su tierra


Mateo 13, 54-58. Tiempo Ordinario. ¡Cuánta fe le falta al hombre en sí mismo y en lo propio!

Mateo 13, 54-58

En aquel tiempo, fue Jesús a su ciudad y se puso a enseñar en la sinagoga. La gente decía, admirada: ¿No es el hijo del carpintero? ¿No es su madre María y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿No viven aquí todas sus hermanas? Entonces, ¿de dónde saca todo eso? Y desconfiaban de él. Jesús les dijo: Sólo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta. Y no hizo allí muchos milagros, porque les faltaba fe.
Reflexión:
- “Éste sí que habla bien. ¿De dónde será?” – Admirado, preguntó un nazareno al conocido con quien compartía la banca de la sinagoga.
- “¿No le conoces? Es el que vivía al lado del panadero, que hace dos años se fue”.
- “¿El hijo de la viuda, María, la que estaba casada con el carpintero?”
- “Ése mismo” – Asintió.
- “¡Buenoo!” – Concluyó algo desanimado.

La psicología humana tiende a valorar más lo ajeno que lo propio. Con frecuencia preferimos el producto de importación al local o se nos antoja el coche del otro aunque el nuestro esté prácticamente nuevo.

Pero esto se hace más notorio en lo personal. La vida de los demás nos parece con menos problemas que la nuestra; el trabajo más llevadero que el que nos ha tocado en suerte; incluso, nos parece que la familia ajena goza de más armonía que la nuestra.

¡Cuánta fe le falta al hombre en sí mismo y en lo propio! Saber que no hay otra familia mejor que la propia pues es la única que uno tiene, mejor trabajo que el que uno realiza pues es el único que le da ciertos ingresos, e incluso mejores problemas que los que uno vive pues son los únicos que podremos tener la satisfacción de superar.

Pero, sobre todo, tomar conciencia que no hay otro Dios más grande que el nuestro. Además de que es el único, porque sólo él se ha manifestado como Padre, capaz de perdonar siempre y todo hasta el punto que él mismo ha dado la vida para que nosotros podamos tenerla en abundancia.

Autor: P. Clemente González | Fuente: Catholic.net 

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