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SS. Pedro y Pablo

Qué le responderíamos a Jesús si hoy nos preguntara: ¿Quién dicen los hombres que soy yo? / Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del Padre Nicolás Schwizer M ateo 16, 13-19 Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en

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En confiada y vigilante espera


Domingo 19o. del Tiempo Ordinario

Sagrada Escritura: Primera: Sab 18, 3.6-9 / Salmo 33
Segunda: Heb 11, 1-2.8-19  / Evangelio: Lc 12, 32-48

"En confiada y vigilante espera". Esta es la actitud de Abrahán y Sara, y de todos aquellos que murieron en espera de la promesa hecha por Dios (segunda lectura). Esta es la actitud de los descendientes de los patriarcas, esperando con confianza, en medio de duros trabajos, la noche de la liberación (primera lectura). Esta es la actitud del cristiano en este mundo, entregado a sus quehaceres diarios, esperando con corazón vigilante la llegada de su Señor (Evangelio).
1. La espera histórica. Dios es un Dios fiel y sus promesas se cumplen, pero, en cuanto promesas, no se ven en el inmediato presente, sino que se esperan para el futuro. Podemos, pues, decir que la historia de la salvación es la historia de las esperanzas y de la espera de los judíos y de los cristianos. Prototipo de esperanza es Abrahán, como resalta la carta a los Hebreos (segunda lectura). Primero vive en la esperanza y espera de un hijo, y Dios le cumple dándole a Isaac, a pesar de la edad avanzada y de la esterilidad de Sara, su mujer. Luego, en la espera y esperanza de una tierra y de una descendencia numerosa. Dios cumplirá, pero no durante la existencia terrena de Abrahán. De este modo, en Abrahán se inaugura la cadena de las esperanzas y de la espera de los patriarcas y del pueblo de Israel. Después de varios siglos, en el XIII a. de C., Dios cumplió la promesa de la tierra con Josué. Muchos siglos después, con Jesucristo, Dios cumplirá la promesa de la descendencia, ya que sólo en Jesús "serán benditos todos los pueblos de la tierra". En el libro de la Sabiduría (primera lectura) se menciona otra promesa de Dios: la liberación de la esclavitud: "Aquella noche fue pre-anunciada a nuestros Padres" (cf Gén 15, 13-14; 46, 3-4). También esta promesa Dios la cumplió de modo glorioso y potente, en aquella famosa noche en que los egipcios quedaron en tinieblas mientras a los israelitas les precedía una columna de fuego que iluminaba su camino, aquella noche que para los egipcios fue trágica por la muerte de todos los primogénitos, mientras que para los israelitas fue noche de liberación y alegría. Dios no sólo cumple su promesa, sino que vence el mal y con amor atrae y llama hacia sí a los elegidos. No es sólo un Dios fiel, sino además un Padre amante.
2. La espera metahistórica. En la carta a los Hebreos se presenta a los patriarcas y a las grandes figuras del pueblo de Israel buscando una patria. El autor de la carta interpreta esta búsqueda no en sentido histórico, sino metahistórico: "Aspiran a una patria mejor, es decir, a la patria celeste". El mismo Dios que fue fiel cumpliendo sus promesas en la historia, será fiel en el más allá de la historia. De esta espera y esperanza metahistóricas nos habla sobre todo el Evangelio, mediante la imagen del patrón a quien los siervos deben esperar hasta que llegue para abrirle la puerta apenas toque. Desde el nacer todo hombre, en alguna manera, está a la espera de su Señor. Los cristianos hemos de esperar sin miedo, con gozo, "porque el Padre se ha complacido en darnos el Reino", y Dios, nuestro Padre, no dejará de cumplir. Hemos de esperar en actitud de disponibilidad para cualquier momento: "con la cintura ceñida y las lámparas encendidas". Igualmente, la espera ha de ser vigilante, porque el Señor llegará "como un ladrón", cuando menos se piensa. La mejor manera de esperar es seguramente haciendo el bien a todos y llevando una conducta digna. El abusar del propio poder, golpeando a los criados y criadas, comiendo y bebiendo hasta emborracharse, es un modo inapropiado de esperar al Señor, y por eso nos dice el evangelio: "Le castigará severamente y le señalará su suerte entre los infieles". El más allá, y el juicio de Dios que implica esta realidad, nos puede resultar misterioso, inaccesible a nuestra inteligencia, pero no es algo marginal de la fe cristiana, sino algo constitutivo de su Credo: "Espero la resurrección de los muertos y la gloria del mundo futuro". Vivimos de esperanza, pero toda la historia de la salvación nos ha mostrado, siglo tras siglo, que la esperanza puesta en Dios no defrauda.

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1. Mirar el presente con ojos lejanos. El cristiano no es un utópico, un soñador desconectado del presente con su realidad contante y sonante. El cristianismo vive el realismo del presente, con las pequeñas tareas de cada día, con los pequeños o grandes proyectos, con las luchas por la vida y la supervivencia de tantos hombres, con la crónica negra de los periódicos o de la televisión, con las pequeñas sorpresas que de vez en cuando llaman a la puerta. En realidad la vida se vive en presente o no se vive. El presente es lo único a nuestra disposición, porque el pasado ya se esfumó y el futuro carece todavía de consistencia propia. El presente es la tierra que piso, la familia en la que vivo, la novia que amo, la madre enferma, el hijo travieso, la oficina en la que trabajo, la parroquia por la que paso a diario, el análisis de sangre o el coche nuevo que acabo de comprar. Nuestra mirada ha de estar puesta en ese presente, no evadirnos de él, asumirlo con toda su realidad, sea triste o sea agradable. No hemos de tener miedo al presente, hemos de mirarle de frente, con hombría. Pero el presente no existe encerrado en su propia concha, por su misma naturaleza está abierto al futuro que paso a paso, inexorablemente se convierte en presente. Eso futuro no puede olvidarse en el vivir cotidiano del momento. De ahí que hayamos de mirar el presente con ojos lejanos. El futuro es el horizonte del presente, es la esperanza. El presente hermético fenece con su propio instante. El presente abierto ve ya la espiga dorada en la semilla apenas arrojada en la tierra. El presente hermético pretende eternizar la brizna de la felicidad efímera, que se marchita entre sus manos, y al no lograrlo, se derrumba en catástrofe. El presente abierto y cristiano lanza su mirada hacia adelante, cada vez más y más hasta hacerla entrar en la morada misma de Dios. Que tus ojos iluminen la realidad presente con el fulgor que han captado mirando el futuro.
2. La vigilancia no es un optional. El futuro de cada hombre, con todo su espesor, es imprevisible. El metereólogo puede prever el tiempo para mañana, aunque con riesgo de equivocarse. El economista puede prever la inflación en el país durante el mes de mayo o en el año 2000, con mayor o menos aproximación. Pero la historia del hombre es imposible de prever, porque es una historia de libertad. Libertad del hombre, y sobre todo libertad de Dios. ¿Quién puede saber lo que harán los hombres el día de mañana? ¿Quién puede prever los designios de Dios para el futuro inmediato o remoto? La imprevisibilidad del futuro reclama vigilancia. El hombre prudente, sensato, no considera la actitud vigilante algo simplemente posible, una entre otras muchas opciones. La vigilancia es la mejor opción. Vigilar para que el futuro no nos coja desprevenidos. Vigilar para ser capaces de dominar los acontecimientos, en lugar de ser dominados por ellos. Vigilar para no perder jamás la paz, ni siquiera ante el desencadenamiento más tremendo de pruebas y experiencias adversas. En realidad, quien vigila ya ha mirado en los ojos al futuro, y está preparado para afrontarlo con garbo y decisión. Vigilar para descubrir la escritura de Dios en las páginas de la historia. Vigilar para saber descubrir la acción del Espíritu en tu interior, en el interior de los hombres. Vigilar para terminar con happy end la última página del libro de tu vida. Vigilar para mantener íntegras la fe, la esperanza y la caridad, "cuando Él venga". La vigilancia no es un optional, es una necesidad vital.

Autor: Antonio Izquierdo | Fuente: Catholic.net

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