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SS. Pedro y Pablo

Qué le responderíamos a Jesús si hoy nos preguntara: ¿Quién dicen los hombres que soy yo? / Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del Padre Nicolás Schwizer M ateo 16, 13-19 Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en

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Domingo de Resurrección

 

Sagrada Escritura: Primera: Hch 10,14ª 37-43 - Salmo: 117: Segunda: Col 3,1-4 - Evangelio: Jn 20,1-9
La fe en la Resurrección del Señor es el tema fundamental de este domingo. “Este es el día en el que actuó el Señor” canta el Salmo 117. Es el domingo por excelencia. Es el día en el que se expresó su poder soberano venciendo la muerte y que, en consecuencia, es motivo de gozo y alegría para todos los cristianos. En su discurso, Pedro proclama que se le ha encomendado el anunciar y predicar la Resurrección de Cristo. Los apóstoles son los testigos que han visto al Resucitado, han comido y bebido con Él. Ellos han recibido el encargo de predicar que Cristo resucitado ha sido constituido juez de vivos y muertos. San Pablo subraya, de modo especial, que la Resurrección del Señor instaura una nueva vida en el bautizado. El cristiano es aquel que ha muerto con Cristo y ha resucitado con Él a una vida nueva. La fe en la Resurrección es la roca firme para san Pablo, el lugar donde se asienta todo su dinamismo apostólico. El Evangelio nos muestra a Pedro y Juan que, entrando en el sepulcro, “ven y creen”. El sepulcro vacío es para ellos el inicio de una meditación que los conduce a la fe en Cristo resucitado.


Cristo ha resucitado. “La Resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo” nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica (CCC 683). La comunidad cristiana de los primeros tiempos vivió esta verdad como el centro de su existencia. Todas sus certezas: su caridad patente a todos, su serenidad ante el martirio, su amor por la Eucaristía... todo se refería en último término al misterio Pascual de Cristo a su muerte y su resurrección. “Si Cristo no resucitó vana es nuestra fe” argumenta san Pablo.

Así como las primeras comunidades cristianas vivían de la fe en la Resurrección del Señor, así también los cristianos están llamados a vivir más a fondo el misterio de la Resurrección en sus vidas. “Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba”. Para el creyente la resurrección es el dato culminante de su fe en Cristo; por la resurrección se confirman todas las promesas del Antiguo Testamento. El Señor ha sido fiel a su amor y se ha dado sin límites, con sobreabundancia. Por la Resurrección se confirma la divinidad del Señor: verdadero Dios y verdadero hombre. La Resurrección nos enseña la verdad íntima acerca de Dios (Dios es amor) y acerca de la salvación humana. Cristo en su misterio pascual lleva a su plenitud la revelación de Dios. Autorevelación definitiva de Dios. Por eso, es contraria a la fe católica la tesis del carácter incompleto, limitado e imperfecto de la revelación en Cristo y que se completaría con la revelación de otras religiones (Cfr. Dominus Iesus 6).

Conviene poner de relieve el carácter universal y salvífico de la muerte y resurrección del Señor. Cristo murió por todos para perdonarlos a todos de sus pecados. Porque Dios quiere que todos los hombres se salven.

El cristiano está llamado a “con-resucitar” con Cristo y a “buscar las cosas de arriba”. Él es una creatura nueva, lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado y su vida está escondida con Cristo en Dios. ¿Está muy lejos de nuestra vida diaria esta verdad fundamental? A veces parecería que sí, que es una verdad demasiado bella para ser realidad, que es un sueño, un ideal inalcanzable. Parecería que el pecado y la muerte son más fuertes y condenan al hombre a una vida de obscuridad. Sin embargo, cuando consideramos con mayor atención el problema nos damos cuenta de que el poder y el amor de Dios son más fuertes que el pecado. “El amor es más fuerte” y Dios suscita en el corazón de los hombres anhelos de conversión, de bien, de transformación, y, con su Providencia Divina los conduce por caminos de salvación. Creed vivamente en la resurrección del Señor para vivir una nueva vida llena de esperanza, de fortaleza, de amor. Resucitar con Cristo será no vivir más en el pecado; será participar con Cristo en el misterio de la cruz y la salvación de los hombres; será vivir esta vida como peregrinos hacia la posesión eterna de Dios.

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 Las mujeres son las primeras encargadas de anunciar la resurrección. El Evangelio nos dice que fueron las mujeres las primeras mensajeras de la resurrección del Señor, incluso antes que los apóstoles. Por su feminidad la mujer tiene una particular sensibilidad religiosa y humana. Comprende más rápida e intuitivamente las verdades religiosas y las verdades humanas. Se inclina espontáneamente al valor religioso, a la protección de la vida humana, al cuidado de los más débiles. A ella se le encomendó anunciar el triunfo definitivo de Cristo sobre la muerte. Ella experimenta, como lo muestra el Evangelio, una particular fortaleza de espíritu porque comprende que se le ha encomendado de algún modo el bien de los hombres.

En el mundo post-moderno que nos toca vivir con un fuerte relativismo y pérdida de la fe, la mujer cristiana está llamada a ser nuevamente mensajera privilegiada de las verdades cristianas. Ella será en el hogar aquella que irradia amor, comprensión y que educa a la familia en los valores sobrenaturales. Podemos decir que de la mujer depende en gran medida la fe del hogar, porque ella la transmite no sólo por sus palabras, sino por medio de su vida, de sus actitudes, de su capacidad de sufrimiento, de perdón. Ella, en el seno del hogar, o en el seno de una comunidad religiosa, o en el seno de la sociedad, o en la vida pública, o en los hospitales, o en la escuela... es la que hace presente los valores trascendentes y, lo que es más importante, la que revela a Dios como amor, la que muestra a Cristo resucitado y conduce hacia Él. Ella es maestra de la fe. Ella es el sol de la familia y de la sociedad.

 La comprensión de la resurrección del Señor. Sabemos que hay una gran ignorancia religiosa en nuestras generaciones jóvenes. Surgen por todas partes ideas erróneas de la fe, de la Iglesia, del dogma... En el tema de la resurrección también se da este fenómeno. No son pocos los que piensan en la reencarnación o en cosas semejantes. Es pues importante, salir al encuentro de nuestros fieles y ayudarlos a conservar su fe. Ayudarles con nuestra predicación, con nuestra atención personal, proporcionándoles, además materiales de apoyo como buenas lecturas, folletos, documentales... que les ayuden a ilustrar su fe. Promover círculos bíblicos, escuelas de oración, encuentros fortuitos o preparados para defender y promover la fe de nuestros fieles. Debemos hacer todo lo que está en nuestras manos para que ninguna oveja se pierda por ignorancia o por falta de cultivo de nuestra parte.

María, reconoció a Jesús resucitado cuando escuchó pronunciar su nombre. Quizá muchos de nuestros fieles puedan descubrir a Cristo resucitado cuando experimenten su amor, cuando comprendan su pasado, su presente y su futuro a la luz de este amor. Cuando hagan la experiencia de Cristo resucitado en sus propias vidas.

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