Mi esposo y yo nos casamos con el sueño de formar una familia y educar a nuestros hijos en la fe. Cuando consultamos al médico porque el tiempo pasaba, descubrimos que los dos teníamos problemas de infertilidad y que las posibilidades de ser padres biológicos eran remotas. Mi esposo tenía un recuento de esperma bajísimo y yo pólipos, quistes y un útero tabicado; me operé, mi marido hizo tratamientos de pastillas pero las cosas no mejoraban. Según la ciencia no podríamos concebir naturalmente, nuestras únicas opciones eran la inseminación artificial o la fertilización in vitro.
Enterarnos del sombrío pronóstico nos causó mucho dolor, nuestros sueños e ilusiones se desmoronaron. Cuando supimos nuestros diagnósticos, la obra social a la cual pertenecimos por más de diez años nos dejó sin cobertura médica, pusieron escusas, pero la realidad era que querían evitar la cobertura de los costosos tratamientos de fertilidad. El pronóstico no podía ser peor, todo estaba mal, nos cerraban las puertas y teníamos mucho dolor.
Averiguamos por los tratamientos, investigamos la postura de la iglesia y conseguimos el dinero para hacerlos, pero interiormente había algo que no nos gustaba, que nos hacía sentir incómodos. En diciembre el Padre Fabián nos visitó y cuando le contamos todo él nos dijo que Dios nos hablaba al corazón, que lo escucháramos y que nos jugáramos por Él aceptando su voluntad, nos dio una vez más su bendición (porque Él nos casó) y pedimos al Señor la gracia de poder formar una familia.
Era muy duro, para adoptar un niño la demora era de diez años y los tratamientos tampoco nos convencían, estábamos muy confundidos, entonces decidimos dejar la autocompasión, salir de nuestro dolor y comenzar a rezar para que Dios nos ayudara a confiar en Él y a poner todo en sus manos.
Mis padres, una amiga y nosotros comenzamos una novena a la Virgen de la Dulce Espera, pedimos que María nos mostrara el camino que Jesús quería que siguiéramos, rezamos con mucha fe y una gran paz nos invadió. Al poco tiempo nos consiguieron una entrevista para ver la posibilidad de hacer una adopción directa pero dos días antes de la entrevista supimos que seríamos padres ¡¡Era un milagro, un milagro para la gloria de Dios!!
El embarazo fue complicado, pasamos muchos meses de reposo y a las veintiocho semanas de gestación tuve una delicada cirugía porque mi útero se dilató (cerclaje de emergencia en el cuello de útero), me la hicieron para que el bebé estuviera unos días más en mi vientre mientras le maduraban los pulmones, pero para sorpresa de todos nuestro bebé se quedó dos meses más en mi panza.
El cuatro de agosto, a las 15 hs, hora de la misericordia, nació nuestra hijita María Milagros.
Nuestra hermosa bebé es la bendición más grande que hemos recibido y el vivo testimonio de que para Dios nada es imposible. Aunque los médicos nos decían que era imposible concebir, que nuestro bebé prematuro podía morir, nosotros creímos y confiamos en Dios. Confiamos con el corazón aunque nuestra razón lo creyera imposible, rezábamos y confiábamos en la misericordia y el poder de Dios.
Dios es bueno, poderoso y fiel, nunca nos abandona. Con esta experiencia aprendimos a valorar el milagro de la vida, a ser mejores padres, a amarnos más como marido y mujer, a estar unidos en las dificultades y sobre todo a entregarle a Dios nuestros sueños y el control de nuestras vidas, porque aunque nos cueste entenderlo, Él siempre nos dará lo que es mejor para nosotros.
¡¡Gloria a Dios y honra a su Santísima Madre!!
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Marita
Flia Almada