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SS. Pedro y Pablo

Qué le responderíamos a Jesús si hoy nos preguntara: ¿Quién dicen los hombres que soy yo? / Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del Padre Nicolás Schwizer M ateo 16, 13-19 Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en

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Qué esconde y qué revela el corazón del hombre

Juan Pablo II dijo a los jóvenes en París el 1 de julio de 1980: "Toda la historia de la humanidad es la historia de la necesidad de amar y de ser amado." El corazón humano es un buscador apasionado. Siempre está en busca de amar y de ser amado. Si conoces lo que busca, lo que sueña, a qué se adhiere, entonces conocerás lo que esconde. Su búsqueda lo revela. "Donde está tu tesoro, allí estará tu corazón" (Lc 12, 34)// Autor: Evaristo Sada, L.C. - Fuente: http://www.la-oracion.com
El corazón nos habla de todo lo que es propio de un hombre. A través del corazón podemos penetrar todo nuestro ser (Sal 102,1), lo más profundo y genuino de cada persona. Si conocemos y tocamos el corazón de una persona, llegamos a su centro, a lo más íntimo. A "todo lo que se expresa como persona única e irrepetible en su yo íntimo y, al mismo tiempo, en su trascendencia." (Juan Pablo II, Vancouver, 1984)

Vamos al corazón de Jesús de Nazaret. Si tomamos los evangelios y si hacemos memoria de cómo es Él con nosotros, encontramos un corazón manso, que escucha, que acompaña, que se conmueve, que conecta con los sentimientos más profundos del que tiene delante y se compadece, un corazón que sufre; un corazón profundo, que es todo entrega.



En el caso de Jesús, Dios hecho hombre, su corazón humano esconde el misterio de la Trinidad y nos revela el amor de Dios, la intimidad y la trascendencia del amor divino. Por eso, la devoción al Sagrado Corazón de Jesús nos propone contemplar el amor divino en el corazón humano de Jesús.

"¡Si los hombres de hoy, y especialmente los cristianos, llegasen a descubrir de nuevo las maravillas que se pueden conocer y gozar en la celda interior, y más aún en el Corazón de Cristo! ¡Entonces, sí, el hombre volvería a encontrarse a sí mismo, las razones de su dignidad, el fundamento de cada uno de sus valores, la altura de su vocación eterna!" (Juan Pablo II, 29/IV/1980)

Nuestra oración ha de estar centrada en el corazón de Cristo. ¿Lo está? En la meditación diaria tomamos los evangelios, nuestra propia experiencia junto a Él y la de tantos otros, y buscamos conocer quién es Jesús, cómo es, cómo siente, qué le hace sufrir y cómo sufre, qué le gusta, cuáles son sus ilusiones, cómo trata a sus amigos y a sus enemigos, en qué sueña, qué le preocupa, cuándo se aflige, qué le conmueve, qué busca, a quién busca, con quién se detiene, cómo reacciona, cuándo se alegra, cuándo llora, cómo llora, a quién ama, cómo ama... ¿Es así nuestra oración?

En la meditación nos detenemos a mirar y contemplar la mirada de Jesús. Mirándole descubrimos que él nos estaba mirando primero y que "el Señor mira el corazón" (1 S 16,7) Su mirada es pura, infunde paz y seguridad. Y ese intercambio de miradas entre tú y Jesús en la oración, te introduce en el conocimiento interno de Jesús, bajo la acción del Espíritu Santo, y despierta en ti una fascinación y un deseo de ser su amigo, de amarle y seguirle. Así, la contemplación del corazón humano de Jesús en la oración es la puerta para entrar en la intimidad de la comunión trinitaria.



De nuevo nos encontramos con el costado traspasado: "Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado" (Jn 20, 27) Es una invitación a escrutar la intimidad del amor de Dios que se encarnó, murió yresucitó. Y ya verás, si en la oración introduces la mano, la mente y el corazón en el amor del corazón de Cristo, encontrarás que su bondad es poderosa; a esa omnipotencia en el manar de su bondad la llamamos: Misericordia.

Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío.

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